En pleno caribe, entre tópicas
palmeras y playas de aguas cálidas existe un país símbolo de
magia y misterio. Compartiendo isla La Española con la
paradisíaca República Dominicana, pocos turistas se aventuran a
cruzar la frontera haitiana. Haití es el país de los zombies, el
vudú y la magia. Una experiencia excitante solo para los
viajeros más audaces.
A finales de marzo de 1995 el presidente Bill Clinton visitaba
Haití para presidir el "cambio de guardias" de las tropas
norteamericanas por las de la ONU en el país. Mas de 4.000
haitianos se dieron cita en la Plaza del Palacio Nacional de
Puerto Príncipe para asistir al acto encabezado por el
presidente Jean-Bertrand Aristide, repuesto en el poder de Haití
con la intervención de 20.000 soldados norteamericanos en
octubre de 1994. Cuando el presidente norteamericano terminaba
su discurso sobre la intervención militar en la isla caribeña,
una paloma blanca se posó junto a su micrófono, lo que produjo
que miles de personas estallasen en gritos y aplausos ante tan
diáfana "señal de aprobación" de los dioses. Los loas del
vudú habían aceptado a Clinton. Y con esa "inocente
coincidencia" miles de haitianos dejaron a un lado su rencor por
el nuevo invasor blanco, acatando los deseos de los dioses. Y es
que el vudú es el principal poder en Haití. Y nadie osará
contrariar los deseos de los loas, o lo que se interprete
como dichos deseos.
Desde el dictador Duvalier, hasta el general Cedrás,
ningún dirigente haitiano se ha atrevido a descuidar la
todopoderosa influencia de la magia y religión vudú en Haití, y
el presidente Aristide no es una excepción. A pesar de haber
sido sacerdote católico, el pasado 19 de julio y tras haberse
entrevistado con varios houngans (sacerdotes) y mambos
(sacerdotisas), anunciaba oficialmente la construcción de un
gran templo vudú en la capital. De esta forma Aristide igualaba
la religión vudú a otras religiones, al otorgar a los voduístas
una "catedral" equiparable a las iglesias bautistas, los templos
masones, o las parroquias católicas que abundan en Haití.
Cualquier turista puede disfrutar en Haití de las playas
caribeñas de Cabo Haitiano, de paisajes tropicales como los de
Hinche, de monumentales ciudades como Jacmel o de las cálidas
aguas del Lago Enriquito, pero si quiere comprender la esencia,
sentimiento e historia del pueblo haitiano, deberá dejar a un
lado sus prejuicios occidentales y sus esquemas racionales, para
adentrarse en el abstracto e impredecible mundo de la magia, los
zombie y el vudú. Una ruta alternativa para viajeros audaces
dispuestos a enfrentarse a lo irracional, lo incomprensible y lo
inenarrable.
Las rutas de la aventura
La isla de La Española acoge dos países con muchas diferencias y
pocas similitudes. Dos terceras partes de la isla son la
República Dominicana, donde los herederos de una colonia
española intentan construir una sucursal europea abierta a un
turismo sereno, que busca la armonía de las palmeras y las
playas del Caribe. El tercio restante es Haití, la primera
república negra del Nuevo Mundo que arrebató su libertad a los
colonos franceses a golpe de machete y cuchillo. El país más
pobre de América y uno de los más mágicos del mundo.
Los vuelos desde España no llegan a Haití. Una vez en los
aeropuertos dominicanos de Puerto Plata o Santo Domingo, el
viajero puede optar entre tres posibles medios de transporte
para llegar a Haití. Un avión a Puerto Príncipe, las guaguas
dominicanas o haitianas, o alquilar un coche y aventurarse en
las destartaladas carreteras de La Española. Evidentemente la
tercera alternativa es la más recomendable para los viajeros
audaces que deseen empaparse en el espíritu y la cultura del
país.
Ya en carretera los más prudentes optarán por cruzar la
República Dominicana en dirección a Puerto Príncipe por el sur.
Dejando atrás Santo Domingo, San Cristóbal y Bani, circularán
por buena carretera para entrar en Haití, bordeando el hermoso
lago Enriquito, por la frontera de Gemaní. Cuatro horas desde
Santo Domingo hasta Gemaní y una hora más hasta Puerto Príncipe
llenas de vistas y pueblos típicos y tópicos, en los que
notaremos un oscurecimiento gradual de la piel de los nativos, y
un acento cada vez más afrancesado a medida que nos acerquemos
ha Gemaní.
Pero los más audaces pueden aventurarse por la carretera
del norte, una travesía digna del Camel Trophy que
paradójicamente han bautizado como "la internacional". El
engañoso título no se refiere a una cómoda y moderna autopista,
sino a una dura carretera de tierra, barro y polvo, que cruza
ríos, montañas y valles marcando la frontera entre Haití y
República Dominicana. Muy recomendable utilizar todoterreno en
esta alternativa de viaje, de lo contrario más de una vez habrá
que sacar los coches del barro a golpe de músculos y palancas.
Nueve horas y media de aventura separan Puerto Plata de Elías
Piña, frontera haitiano-dominicana. En este caso el viajero debe
apañárselas para llegar a "la fortaleza" (cuartel de la
policía/militar) de Santo Pacheco antes de las 18:00, hora
límite para recoger el pase que deberá presentar en los cuatro
controles militares, y entregar en Pedro Santana para que le
autoricen a seguir viaje. Entre ambos pueblos 60 kilómetros de
infernal carretera que, con suerte, cruzará en unas cuatro
horas. Esto supone un buen entrenamiento para lo que le esperará
en las "carreteras" haitianas.
El encuentro con el vudú
En Elías Piña el viajero podrá hospedarse en uno de los dos
hoteles del pueblo. Por apenas 500 pesetas encontrará una
habitación, naturalmente sin agua caliente (a veces ni fría) ni
electricidad salvo por algunas horas al día. Es una buena manera
de adaptarse al cambio de cultura que le espera tras la
frontera. Los mismos dominicanos se refiere a Haití con
manifiesto racismo como "país de negros primitivos,
supersticiosos y salvajes". La todopoderosa influencia de las
iglesias cristianas -fundamentalmente evangélicas- en República
Dominicana ha alentado la repulsa de los dominicanos por el país
del vudú y sus "salvajes ritos paganos" (¿?).
En la frontera de Elías Viña debemos cambiar de medio de
locomoción. Los coches de alquiles dominicano no pueden entrar
en Haití, y se presenta una nueva opción, de nuevo solo
recomendable para los viajeros intrépidos: los motoconchos.
Motoristas haitianos que se ponen a disposición del viajero para
transportarle por todo el país a través caminos que no aparecen
en los mapas, cruzando selvas, ríos y cualquier obstáculo que se
ponga por delante. Con frecuencia la "velocidad de crucero" no
sobrepasará los veinte kilómetros por hora, sobretodo por los
pinchazos, roturas de cadena, o simplemente por que la noche nos
pille en ruta y, como es de esperar, el faro de la moto no
funcione y el piloto conduzca con la única luz de las estrellas.
Pero sin duda, esta es la mejor forma de conocer de cerca, muy
de cerca Haití. Sobre todo si algún derrape termina con los
huesos del viajero en el impío suelo.
A sólo diez minutos de motoconcho desde la frontera de
Elías Piña nos encontramos con uno de los hounfor -templo
vudú- más importante de la región este, la casa del houngán
Manuel Sánchez Elié.
Mezclando el creole -idioma haitiano de origen
francés- con el dominicano, Elié nos introducirá en la religión
vudú. En uno de sus rituales compartimos banquete con
importantes políticos, militares y otras personalidades
haitianas y dominicanas. Una patrulla de marines
norteamericanos, el Gobernador de Cachimán, el ex-alcalde de
Elías Piña y varios altos mandos del ejército dominicano asisten
con nosotros a un típico ritual de vudú rada -una de las
manifestaciones menos duras del vudú-.
Ritmo frenético de tambores. Danzas convulsivas. Cantos y
letanías que suenan a tierras de África. Sin un instante de duda
uno de los ayudantes del houngán descarga un certero
mandoble sobre el animal del sacrificio, y el inocente carnero
es decapitado mientras la sangre nos salpica a todos los
presentes. La religión vudú es así. Una mezcla imprecisa de
sangre, música y estética.
La noche anterior el houngán y un pequeño grupo de
ayudantes salieron del hounfor en plena noche rumbo al
cementerio. A pesar de nuestra insistencia se nos prohibió
participar en esa excursión nocturna. Al parecer solo un grupo
de iniciados podían asistir a la ceremonia que se desarrollaría
en el campo santo. Además de invocar a Bravo, el Barón Samedhí,
el Barón La Croix, y otros loas -dioses- del cementerio, serían
"recogidos" cráneos y restos humanos que deberían ser utilizados
en el ritual de la noche siguiente.
Cuando, por la mañana, visitamos el cementerio por nuestra
propia cuenta nos encontramos varias tumbas abiertas y varios
ataúdes reventados. En los días sucesivos veríamos muchos
cementerios haitianos en similares condiciones. Esto es normal
en Haití, donde la muerte no es el final...
El país de los muertos vivientes
Uno de los mitos inseparable del vudú es el de los zombie; los
muertos vivientes. El cine americano de serie B o los videoclips
de Michael Jackson, nos han transmitido una imagen poco real de
los muertos vivientes. Porque los verdaderos zombie, que los
hay, no son esqueletos descarnados que salen de sus tumbas para
asesinar a jóvenes excursionistas. Numerosos médicos,
psiquiatras y antropólogos han estudiado el mito zombie
encontrándose con una fascinante y aterradora realidad.
Es imposible mencionar esta perspectiva científica del
misterio sin traer a colación la obra del antropólogo,
etnobotánico y biólogo de la Universidad de Harvard, Wade Davis:
El Enigma Zombie, obra que valió a Davis su doctorado, e
inspiró la película La Serpiente y el Arco iris, narra
las investigaciones que desarrolló este "Indiana Jones de la
vida real" (como lo calificó la prensa mundial) en Haití, en
torno a los legendarios zombies; los "muertos vivientes".
Wade Davis comenzó su investigación sobre los zombies en
abril de 1982, y se prolongó durante varios años con la ayuda
del Social Science and Humanities Research Council of Canada, la
International Psychiatric Research Foundation, la Wenner-Gren
Foundation for Anthropological Research y la National Science
Foundation.
A pesar del escepticismo e incluso la repulsa con que la
mayoría de los científicos, incluyendo los médicos haitianos,
trataba el mito de los "muertos vivientes", Davis y sus
patrocinadores supieron atisbar una realidad de gran interés
científico oculta por el velo del misterio y la superstición. No
era la primera vez que se documentaba médicamente un caso de
zombificación, pero en ocasiones anteriores el pretencioso
despotismo científico había ahogado el interés de esos casos
bajo calificativos como "tonterías de negros", "supercherías",
"mitos populares", etc. Y si existía un certificado de defunción
de un individuo que era hallado de pronto deambulando por las
calles de Puerto Príncipe, se atribuía a una confusión, un
fraude o un error médico. Todo el mundo sabe que no se puede
regresar de la muerte...
Pero en esta ocasión no solo existían los historiales
clínicos y certificados de defunción de Clarvius Narcisse y Ti
Femme, sino que sus respectivas familias y vecinos los
reconocieron.
Clarvius Narcisse murió en 1962. Tras una sintomatología
creciente, Narcisse ingresó en el hospital haitiano Albert
Schweitzer, en Gonaives, un martes. Tenía nauseas, mareos, tos y
respiraba con dificultad. Al día siguiente entró en agonía y
poco después moría. Su certificado de defunción está firmado por
tres médicos de dicho hospital. El cadáver de Narcisse fue
enterrado y, con el tiempo, olvidado. Sin embargo, en 1980, -18
años después de morir- Clarvius Narcisse apareció en su antigua
casa vivito y coleando.
Excepcionalmente, para los casos de zombies, Narcisse
conservaba una cierta lucidez y la capacidad de expresarse, y
pudo explicar como había estado consciente durante todo el
tiempo que duró su muerte y entierro. Había escuchado a los
médicos certificar su defunción. Había sentido la sábana cayendo
sobre su cara al considerarlo cadáver. Había oído a su hermana
llorar sobre su ataúd. Incluso conservaba aún una herida en la
cara provocada por un clavo que atravesó la tapa del féretro
rasgando su rostro. Y después el terrible silencio y la
oscuridad del cementerio. Después, según contaba Narcisse,
escuchó la voz del bokor (el brujo vudú) pronunciando su
nombre. Fue desenterrado y salvajemente golpeado, y después
conducido a una plantación en Ravine-Trompette, en el otro
extremo del país. Tras la muerte de su amo, todos los zombies
habían escapado vagando sin rumbo por la isla.
El caso de Francina Illeus (conocida por el apodo de Ti
Femme) era similar. Aquejada de serios trastornos digestivos fue
ingresada en el Hospital Saint Michel de l'Attalaye. Unos días
después de recibir el alta, el 23 de febrero de 1976, fallecía
en su casa, siendo expedido el certificado de defunción con esa
fecha.
Años después su propia madre reconoció a Ti Femme, que
estaba más viva que nunca, por una marca de nacimiento que tenía
en la sien. La conmoción de esa reaparición motivó que se
exhumase el cadáver para intentar resolver el misterio. El ataúd
estaba lleno de piedras...
Evidentemente estos casos de zombie, avalados por un
historial clínico y certificados de defunción oficiales resultan
terriblemente incómodos para la medicina. La única justificación
racional, aparentemente, es que los médicos que han certificado
la muerte de zombies son una pandilla de incompetentes, o bien
los supuestos zombie son unos farsantes que han suplantado la
identidad de personas fallecidas. Porque la tercera posibilidad
rozaba lo increíble; que la brujería permitiese matar a un ser
humano y luego revivirlo para utilizarlo como esclavo es
sencillamente inadmisible. ¿O no?
Davis y sus patrocinadores creían, acertadamente, que
entre las fórmulas mágicas, los hechizos y sortilegios vudú, y
los ungüentos y filtros de los brujos podía esconderse un
secreto de extraordinarias posibilidades médicas. Un excepcional
anestésico capaz de limitar las constantes vitales del cuerpo
hasta el límite de una muerte aparente, imposible de reconocer
por ningún médico, y un antídoto que permitiese "revivir" al
"muerto" en su tumba, provocándolo además una amnesia permanente
y un estado alucinatorio constante, que lo convirtiese en un
dócil, sumiso y obediente esclavo del bokor.
Tras establecer contacto con houngans y bokors
(brujos vudú que podríamos traducir maniqueicamente como "magos
blancos" y "magos negros", aunque tal diferenciación es absurda
en el culto vudú) haitianos, Davis pudo acceder a algunos de los
secretos del vudú, entre ellos el polvo zombie.
Lejos de ser producto de extraños sortilegios esotéricos,
la zombificación es producto de una excepcional aplicación de la
química natural por parte de los bokor. El polvo zombie
es un compuesto elaborado a partir de un sin fin de productos de
origen vegetal, animal y humano que, mezclados en su exacta
proporción, producen el veneno más fascinante de la brujería
afroamericana. Extractos de plantas, huesos humanos, tarántulas,
sapos venenosos, gusanos y otros ingredientes no menos
pintorescos forman parte de ese polvo zombie cuyo principal
elemento radica en tetradotoxina contenida en el pez-globo. La
tetradotoxina es el veneno de origen animal más potente que
existe. Conocido ya en Japón, el pez-globo es un exquisito
manjar que los cocineros nipones consideran un auténtico plato
de lujo. Pero precisamente la mortífera toxicidad de los ovarios
de las hembras, que solo un chef experto sabe identificar, ha
provocado numerosos casos de muerte por envenenamiento en
restaurantes japoneses.
La precisión con que los bokor utilizan ese
peligroso veneno, junto con el centenar de ingredientes que
componen en polvo zombie resulta asombrosa. Y sus efectos pueden
notarse a lo largo de todo el país. Las seis horas de camino que
separan Belladere (primer pueblo haitiano tras cruzar la
frontera) de Puerto Príncipe nos permitirán cruzar numerosos
pueblos y aldeas, como Hinche, donde se han localizado zombies.
Desde la destartalada guagua podremos atisbar cementerios con
numerosas tumbas profanadas, e incluso algún ataúd, ya vacío,
abandonado entra las lápidas tras haber arrancado de la "muerte"
al desafortunado zombie.
Entre las plantaciones de caña o bananas es posible que
podamos observar algún hombre de aspecto descuidado y mirada
perdida que trabaja sin descanso. Quizás ante nosotros tengamos
a un desgraciado zombie.
Magia, magia y magia
Cualquier pueblo haitiano ofrece mil posibilidades al viajero
para conocer una forma de vida radicalmente distinta. La
absoluta indigencia no es impedimento para la sonrisa constante
en los rostros. El SIDA, que mata 15 personas diariamente solo
en Puerto Príncipe, las lluvias tropicales que enfangan los
mercados, o las carencias alimenticias no pueden eclipsar la
ilusión y esperanza que el vudú insufla en el corazón del pueblo
haitiano.
Jacmel es una hermosa villa colonial situada a dos horas
al sur de Puerto Príncipe. Sus calles y edificios recuerdan un
pasado de esplendor francés en Haití. Ahora las viejas casas
destartaladas, y los antiguos almacenes de esclavos han sido
reciclados. En unos se celebran las típicas peleas de gallos, en
las que un animal lo suficientemente fuerte puede hacer ganar
sus buenas gourdas (moneda haitiana) a su dueño; en otros pasan
consulta toda una suerte de hechiceros, curanderos y adivinos
vudú; otros acogen sectas e iglesias masonas o evangélicas de
todo tipo; otros sirven de almacén-tienda-taller para los
numerosos artesanos y pintores de Jacmel, etc.
Y aunque Jacmel es conocido por sus playas caribeñas y su
típica artesanía haitiana, también es el emplazamiento donde
algunas de las más reputadas mambos (sacerdotisas vudú)
mantienen sus hounfor. Con un poco de suerte el viajero podrá
asistir a alguna ceremonia de vudú Petro, o vudú Ghede,
las ramas más duras de la religión haitiana, donde la sangre del
sacrificio, la posesión de las hounsi, y el frenético
redoble de los tambores nos transportarán a otro mundo
fantástico donde el único limite es el de nuestra imaginación...
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